martes, 21 de diciembre de 2010

El colibrí y el monstruo.

Remedios Varo

Es el ser que se oculta detrás de ti. El animal que susurra el aire que entra a tu boca a cada final de una oración que dices. Es el ser que cobra forma cuando tu piensas en él.

Su cuerpo pueden ser: hojas manchadas de tinta negra, los rastros de uña que uno corta para que sus manos luzcan limpias, pestañas que caen por lagrimas borradas.

Ese animal, aquel monstruo... lleva un colibrí en el pecho, que no escapa. Está abeja de alas, tiene una de sus garras amarradas a una cuerda muy delgada, la cual une a ambos. Al ser pequeño con el camuflado, el que no tiene nombre ni ojos.

Él está ciego, no mira porque hace mucho tiempo, tu, de infante, le arrancaste los ojos.

Él, o ella... ¿te busca?

¿No sería eso lo más obvio, buscar a tientas tu cuerpo, sin saber que están en el mismo cuarto y tu durmiendo?

No, no te busca.

Tu insistes, pequeño.

Te has perdido en el reflejo de los ojos de aceituna del colibrí. Te has enroscado en sus alas bellas, para abordar en las noches el estado pasivo y apariencia de muerte que el sueño brinda.

Eres el gemelo, el organo que es unido a la luz que se pierde a lo lejos del pasillo, el brillo de los ojos que se produce al lagrimear en un cuarto oscuro.

Tu lo acercas, y él como sanguijuela ciega, busca tu sangre, tu piel. Con pasos sordos él se mueve, y tu lo ignoras, porque piensas que no es él. Que hay otra oportunidad, o que es un murmullo que la cucaracha hizo al cruzar frente a ti.

Lo ignoras, y lo buscas...

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